“Estamos en plena cultura del envase. El contrato
del matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa
más que el cuerpo, y la misa más que Dios. La cultura del envase desperdicia
los contenidos”, Eduardo Galeano. Este pensador uruguayo nos dice que caminar
es un peligro y respirar es una hazaña en las grandes ciudades. Quien no
está preso de la necesidad, está preso del miedo; unos no duermen por la
ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de
perder las cosas que tienen.
Esta es la forma en que yo no quiero vivir. Tengo
miedo de que algún día deje de maravillarme por simples cosas; que un día
despierte y esté completamente acostumbrada al paisaje y que éste deje de
llamar mi atención. Miedo a que me importe más lo exterior a lo interior, y a
no poder cruzar la calle si no me toman de la mano. Pero el miedo no es de
cobardes, sino que existe para hacerle frente. Muchas ciudades de hoy confunden
el crecimiento con el desarrollo, eliminan todo lo que estorbe para una
supuesta mejora. Primero tumban árboles y construyen, para después
vanagloriarse de sus acciones ecológicas al plantar uno o dos arbolitos.
El concreto, plástico y demás materiales sintéticos
son sumamente tóxicos, no solamente para nuestro mundo, hágase hincapié en
“nuestro”, sino que también son tóxicos para la mente humana. Nuestro cerebro
se ha ido plastificando cada vez más, y como éstos materiales tienen un tiempo
de vida, nuestro cerebro, pensamiento y actitudes también; dejamos de actuar
con la razón, ejercemos pensamientos egoístas y ya no somos capaces de vivir.
Nuestra belleza se vuelven las luces de la cuidad,
los letreros luminosos, el sonido de los autos, fábricas y espectáculos han
suplido las melodías de la naturaleza. Es como vivir en una pantalla de cine
donde se proyecta una producción sobre el fin del mundo; pero aún no decido si
es una comedia o ciencia ficción.
La calidad de vida se ha vuelto más importante que
la vida misma. No basta con sólo vivir y vivir a gusto, sino que le tienes que
demostrar a los demás que vives y que vives mejor que ellos; presumir y
aparentar, a sentir y a compartir. Drauzio Varella dice: “En el mundo actual,
se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina
y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años,
tendremos viejas con tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno
se acordará para qué sirven”.
Estamos aprendiendo a vivir en un mundo donde cada
quien cuida su propia espalda y ya no la del prójimo; podría jurar que nuestra
próxima evolución serán unos ojos en la parte trasera de nuestra cabeza. Un
espectáculo donde todos quieren ser el protagonista y no hay ideales más allá
del mismo ombligo. Deberíamos derrochar en amor lo que otros en
municiones. Lo triste es que cada vez nos estamos acostumbrando a aceptar
este futuro; en lugar de imaginarlo, debemos mejorarlo. Porque nadie será
mejor que nadie, porque todos pertenecemos a lo mismo. Cada uno jugará un
papel diferente, según sus capacidades y para cubrir sus necesidades. Pero
todos han entendido mal, todos quieren ser mejor que todos y es una lucha
constante por el poder, una lucha despiadada.
Y es que sucede que todos dejamos de creer en
cierto punto, dejamos de creer en la humanidad, en una mejora, en la amistas o
en el amor; dejamos de creer hasta en Dios; nos enojamos, gritamos, lloramos,
nos mordemos las uñas, vamos y venimos, perdemos toda esperanza. Despiertas un
día y te das cuenta que antes tenías el punto claro y decidido, y ahora no
sabes quién te lo robó. Despiertas tan desconcertado que no ves posibilidad
alguna de actuar.
Irónico es que no tengan valor los individuos que
se esfuerzan, que tienen sustento en sus palabras, que tienen los valores bien
cimentados, a ésos se le tienen miedo y terminan por ser aniquilados, porque
así somos, desechamos todo aquello que nos intimida. Estamos mal, estamos tan a
gusto de nuestro pequeño envase que nos aterra explorar las fronteras.
Amamos nuestro envase, amamos las cosas y no a las
personas; qué mujer no ha dicho amar su nuevo par de tacones, pero a sus
padres no les expresa ese sentimiento. Ya lo dice Dios a cada rato y no
nos damos cuenta. Al final de sus oraciones indicamos un asentimiento u
obediencia con la palabra “amén”, pero sólo es cuestión de cambiar el acento de
lugar a la primera vocal para entender el mensaje.
Si la pérdida de la humanidad tiene causa, también
debe de tener cura. La respuesta es emprender un proyecto social transformador,
algo ambicioso, con ansias de plenitud y mejora. Una gran revolución
para que las oportunidades se generalicen y obtengamos una sociedad más
igualadora.
No
vivas en el mundo del envase!!
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